domingo, 30 de marzo de 2014

CREDO DEL SANTO GRIAL


Era la más alta de la clase y la que tenía la melena más larga (y pelirroja).
El primer día del instituto se acercó a mí y me soltó, con un desparpajo poco habitual en el pueblo, que a sus abuelos y los míos los unía una profunda amistad. ¿Profunda amistad? ¿Qué abuelos? Todos, dijo con aplomo y me narró una grandiosa historia de amistades y relaciones a través del tiempo y las peripecias de la vida (siempre tuve dudas de que fuera cierta). A mí, pobre rapacina de pueblo y preadolescente, nunca se me había acercado nadie a hablarme así y me quedé fascinada. A partir de ahí nos sentamos juntas.

Había vivido fuera del pueblo y nadie la conocía. Exhibía un aura de adulta y una voz profunda que lo mismo entonaba canciones de la guerra civil que susurraba cuentos de los muertos enterrados en las ruinas de un antiguo convento. Vestía camisas blancas de hombre y sujetadores negros; estaba claro que no le interesaba ni la moda ni los chicos. Nos pasábamos las tardes en la biblioteca husmeando en libros antiguos y en números atrasados del periódico del pueblo. Tenía un montón de teorías sobre cualquier hecho histórico que esgrimía con verborrea infatigable, trabó amistad con los viejos cronistas del pueblo y veía restos de calzadas romanas por doquier. 
Pero lo que desataba su pasión eran las historias medievales, las novelas de caballería en castellano antiguo y las sagas de Sir Walter Scott. A mí no me costaba nada seguirla, la verdad, me sacaba la vena fantasiosa y las calles invernales recorridas por el implacable viento del noroeste se transformaban en fortines medievales, campamentos romanos o trincheras de la guerra de la Independencia.
(Ahora que lo pienso: éramos una pandilla bastante friky).

Luego el tiempo nos separó. Murieron los abuelos, todos, los míos y los suyos. Ella se cortó el pelo y yo me dejé melena.

Y ahora mi compañera de pupitre, Margarita Torres, ha descubierto el Santo Grial. Exactamente. Eso.

Así dicho, suena increíble. (Pero qué es la historia y la arqueología, sino una creación a medias entre el intelecto y la imaginación). Es el cáliz de doña Urraca.

El nombre de doña Urraca, la verdad, también suena bastante increíble, pero ateniéndonos a los hechos fue reina de León y Castilla (1109-1116) y madre del emperador de León Alfonso VII, el que convocó las primeras cortes de España en 1118 (dato que no puedo dejar de reseñar: se me ve la veta del terruño).

Vuelvo al cáliz: dos piezas de ónice engarzadas en oro. Lo he visto mil veces, cada amigo que llegaba y llega a León es conducido, en un especie de peregrinación familiar forzosa y concesión a la susodicha veta terruñera, a la colegiata románica de San Isidoro, y en el museo debía y debe dejarse asombrar por los llamados “tesoros” como el cáliz de doña Urraca (y si no finge el asombro necesario le cae una mirada entre el desprecio y la desilusión que lo deja tieso).

Se decía que era de origen romano. Y todo el mundo lo admiraba con reverencia. Esa factura primitiva, las filigranas, las gemas engarzadas, perlas, esmeraldas y zafiros. Ahora que lo pienso parecía salido del Señor de los Anillos o de Juego de Tronos: pero no, era, es real.
La cosa empezó así: había un abad en San Isidoro, Viñayo se llamaba, una especie de hombre renacentista, que fue el primero que en los años 70 susurró la posibilidad del Santo Grial. Luego, el carbono 14 ha probado que el cáliz es de la época de Cristo. Y de la a a la zeta, hay un camino que mi compañera de pupitre ha recorrido como un meteorito en varios años de estudios exhaustivos.

¿Y por qué no?

Si creemos en la existencia de Cristo, ¿por qué no vamos a creer en Lignum Crucis, en la Sábana Santa o en el cáliz de la Última Cena?
Si los siete sabios de Cataluña afirman que Colón y Cervantes eran catalanes y los del País Vasco, que solo es vascongado quien tenga Rh negativo, ¿por qué los leoneses no vamos a guardar el Santo Grial?
Leyendas para todos (Suárez lo hubiera aprobado).