domingo, 14 de septiembre de 2014

AMOR DE CALLE



Trabajaba de guardia civil, pero lo que le gustaba era cantar.

Ya de niño en su aldea lo llamaban siempre para cantarle a la virgen. Lo llamaban para cantar en misa. En las bodas. En las fiestas de la patrona. Doblaba la pierna izquierda, la apoyaba en un poyo, colocaba la mano encima y, mirando hacia la montaña, dejaba salir la voz. Una voz que se lo llevaba todo por delante. Palabras antiguas que llegaban de varios siglos atrás, palabras en llionés, cantares que había escuchado a sus abuelas.  

Luego, cuando entró en la Guardia Civil solo se atrevía a tararear. Tarareaba en el coche, cuando se dirigían a inspeccionar algún terreno por un solitario camino de concentración. Tarareaba en el cuartelillo, cuando le tocaba una interminable guardia de fin de semana. Tarareaba mientras hacían una de esas redadas en los prostíbulos de la carretera nacional. Un día una prostituta le preguntó qué cantaba.
-Lo que sea –dijo él.
-¿Un bolero? –repuso ella con acento de algún país latinoamericano.
Él bajó la ventanilla y miró fuera, la luna se reflejaba sobre la carretera y sobre los maizales secos. Llenó los pulmones con el aire helado de diciembre y le echó un vistazo a su compañero. Carraspeó.
-Amor de la calle
que buscando vas cariño
con tu carita pintada
con tu carita pintada
y tu corazón herido.
La voz lo llenaba todo. Hacía temblar los cristales. Era una voz poderosa, primitiva. Su compañero abrió la puerta. Había otros dos todoterrenos frente al local y tres mujeres semidesnudas esperaban esposadas bajo la luz de una farola. Las mujeres miraron hacia el coche de donde salía la voz. Entonces se abrió de golpe la puerta del puticlub y sacaron a rastras a su dueño. La cara era una mancha roja y sanguinolenta. El teniente dio un golpe con la culata del revolver sobre la chapa de su todoterreno y le ordenó que se callara de una maldita vez. Enseguida los tres coches arrancaron. La puta se rio en el asiento de atrás y entonó con voz ronca:
-Tú olvidas tu pena
cantando y llorando
fingiendo reír
y el frío de la noche
castiga tu alma
y pierdes la fe.


dias de fin de semana. Tarareabare la carretera, y los maizales y una de esas interminables guardias de fin de semana. Tarareaba


jueves, 4 de septiembre de 2014

QUE LA FUERZA (BRUTA) ME ACOMPAÑE


Está infravalorada, la fuerza bruta.

Lo digo en serio. Los que carecemos e ella, somos los únicos que la valoramos. Ahora en el ranking de cualidades de una persona, ésta figura en último lugar. Ni siquiera se exige para buscar trabajo como obrero, albañil o agricultor. Y mucho menos se requiere en el ranking amoroso, al menos el oficial, el políticamente correcto. En las webs de contactos todo el mundo especifica lo listo, divertido y “normal” que es. Nadie cuenta si es capaz de pujar cuatro cajas de leche hasta casa o de desembalar un televisor de 65 pulgadas y colocarlo en su espacio en el salón sin que peligre su integridad.

Pero oye, después de una tarde en Ikea, y del subsiguiente traslado de tablones de tamaño insano por un parking atestado en un carrito indomable, y del traslado del  contenido del carrito al maletero del coche, cogiendo aire, metiendo tripa, un, dos, tres, arriba, un tablón, ay, que apenas cabe, maniobro, lo tuerzo, se me escurre, me aplasta el dedo gordo, alehop, otra vez, otro intento, y de que solo al cabo de media hora haya conseguido meter los tablones y me diga con desaliento, ahora solo me queda llevarlos a casa y desembarcarlos con más sudores y más pinchazos de espalda..., después de eso pienso ¡qué dulce sería tener los músculos del Increíble Hulk!

A los tíos, al menos a los de cierta capacidad física, les cuesta entenderlo. Pero pregunto, tú, que pesas más de 70 kilos y mides más de 1,75, te imaginas con cincuenta y pocos kilos y sin músculo pasando por ciertas situaciones como:
-Compra mensual en el súper.
-Renovación de mobiliario en Ikea.
-Corrimiento de electrodomésticos en el hogar.
-Levantamiento de carritos de niño en las escaleras del metro.
-Levantamiento de niños.
-Discusiones atropelladas con taxistas, cajeros, dependientes, funcionarios, policías y bordes en general (que ante la masa muscular se arredran).
-Colocación de equipaje en cabinas de avión.
-Arrastre y puja del equipamiento infantil para un día de playa.
-Levantamiento de cuerpos en un arranque de frenesí sexual.
-Giro y volteo del colchón para su aireo.
-Ñapas caseras varias.
-Y ya, entrando en el mundo agrícola-ganadero, la lista es demasiado larga para especificarla (ayudar a parir a una vaca, traslado de pacas, cavado de viñas, etc).

Que, ¿te imaginas?
A que no.
Por eso a veces echo de menos la fuerza bruta. La mía. O en su defecto la de un hombre (o mujer, en eso no discrimino) cerca.