miércoles, 14 de mayo de 2014

A SANGRE FRÍA


Es un revolver de calibre 32 HR de Taurus.
(El que mató a Isabel Carrasco, presidenta de la diputación de León).
Se disparó tres veces, dos por la espalda, remate en la nuca.
El tiro en la nuca de los etarras.
Los etarras, cuando cometían sus asesinatos se ponían de anfetas hasta arriba, y el tiro en la nuca era lo más duro. Luego salían corriendo, acelerados, adrenalínicos, hacia los coches, hacia un escape enloquecido.
Las dos mujeres cruzaron la pasarela sobre el río Bernesga con toda calma, se separaron, suponemos que hasta se despidieron, y volvieron a encontrarse unos metros más lejos como si tal cosa.
-Venimos de hacer la compra
(o de ver la catedral o de hacerse un tramo del Camino de Santiago).

Revolver calibre 32 HR Taurus.
Da la casualidad de que me he puesto al día en revólveres y pistolas. Para mi tercera novela (el mundo secreto y oscuro de los escritores). Ahí estoy yo, pasando horas en internet para averiguar cómo se usa un arma. Es facilísimo y un montón de tipos argentinos, mejicanos o estadounidenses te lo explican altruistamente en youtube. Con todo lujo de detalles. Instrucciones prácticas. Armas para defensa personal, armas para defensa del hogar, armas para el ataque (personal y del hogar de otro).  Armas deportivas. De caza. Para mujeres. Para pusilánimes. Para valientes.
Luego están las compañías que las fabrican: estadounidenses, italianas, brasileñas.
Y los consejos prácticos (para evitar pringarse de sangre). Los accesorios. El look.

Revolver calibre 32 HR Taurus.
¿Por qué eligieron un revolver y no una pistola? El revolver es de defensa, la pistola de ataque.
En realidad es un arma pequeña y deliciosa (si se puede decir así), como una especie de juguetito para un disfraz de vaquero en el baile de carnaval del Casino de Astorga. Con su cacha negra, su tambor plateado de seis balas...
y
con el número de serie borrado. O sea, lo compraron en el mercado negro.
Esto no es EEUU, la venta de armas no es tan sencilla (o eso creemos). Imaginemos a una señora de 55 años, esposa de un comisario de policía, a la compra de un revolver ilegal. O a su hija. Quien, por otro lado, más que las anfetas adrenalínicas de los terroristas debía de fumarse sus buenos porros (a juzgar por el kilo y medio de marihuana que encontraron en su casa).

O sea, revolver,  con tambor de seis tiros, en el mercado negro. Planos dibujados con las rutas que seguía su víctima.
Premeditación. Premeditación. Sangre fría.
Pero  la pistola de juguete mata. Y no solo eso, no solo la madre (que se supone la autora) fue capaz de seguir a su víctima, elegir el momento, sacar la pistola del bolso, apuntar y disparar, si no que luego se acercó aún más y la remató con el tiro de gracia.
¿Es eso enajenación mental?
¿maldad? ¿amor de madre enloquecida?
¿o de esposa despechada?
(¿carácter del noroeste?)
Los rumores dicen que el comisario había tenido una historia con la víctima.
Después, la víctima echó a la hija de su trabajo.
Agravio más agravio.
Y madre e hija estuvieron meses planeando el asesinado. ¿Cómo? ¿En el salón de casa mientras el comisario veía CSI Miami? ¿cuando quedaban para ir juntas a la peluquería?
Y la madre le sonsacaba información al comisario sobre cómo usar un arma:
-Querido, hoy hice cocido maragato, por cierto, los garbanzos estos de pico pardal son como perdigones. ¿En qué se diferencia un perdigón de una bala? Si disparas, ¿quedan restos de pólvora?

Más sangre fría. Un chorro de sangre fría.
¿Qué había en la cabeza de esa madre y esa hija? Ahí es donde quiero llegar. Un tambor con seis balas. Nada más.

Una por cada agravio.