Creo que en la vida hay momentos de cambio y que debemos
aprovecharlos.
Turning point, wendepunkt.
Hay que pararse a pensar, echar la vista atrás y preguntarse: ¿es esto lo que
yo quiero? ¿Y es esto lo que quiero que siga siendo?
A veces tú los provocas y
a veces suceden por sí mismos. Pero merece la pena detenerse un segundo y,
quizá, lanzarse.
El riesgo.
El riesgo es lo que mueve el mundo. El riesgo es lo que
mueve el alma. Para un escritor es fundamental: en cada página te arriesgas, te
arriesgas a equivocarte, arriesgas tu reputación y, a menudo, tu identidad,
hasta tu cordura. Por que, ¿qué puede llevar a alguien a volcar sobre el papel
sus vísceras, a dejarlas ahí palpitando, sus pensamientos, su intimidad, sus
locuras? Me lo pregunto y no tengo respuesta. ¿Por qué escribo hoy esta
columna, desde un lugar claramente oscuro, para que me lea mucha gente y
piense: está chica no está en sus cabales? ¿Por qué?
Repito: no lo sé.
Compartir algo, algo que puede ser universal: dolor, pasión,
felicidad. Entonces, ¿qué sucede, los escritores amamos a la humanidad y
queremos compartir todo con ella? A veces no es amor, es odio. Aunque escribir
desde el rencor siempre me ha parecido rastrero. Pero es cierto que la ira es
un acicate para el arte, siempre lo ha sido. La ira y la denuncia, no el odio.
Volviendo al principio, cuando llega uno de esos momentos en
el que todo se detiene y tienes que volver a empezar, a menudo de una forma más
solitaria porque has perdido a alguien o algo importante por el camino, creo
que lo único que cabe es arriesgarse. Cambiar. Uno no puede seguir siendo
eternamente el mismo y agarrarse al pasado, a lo que fue y jamás volverá a ser.
Esa es la única reflexión positiva de todo el asunto. Del asunto de la soledad,
del asunto de la pérdida. Aprovechar ese combustible interno que nos da la
tristeza para dar un salto hacia adelante, para arriesgarse, para emprender: un
viaje, un nuevo trabajo, nuevos proyectos o simplemente una nueva actitud hacia
la vida.
Para ser más valiente.