domingo, 23 de noviembre de 2014

MI VECINA GITANA Y EL CUENTO DE LA NAVIDAD


Mi vecina gitana me regaló la sillita que usa mi hijo. Un día me habló desde el otro lado del puesto de medias que tiene su tía en el mercadillo de los sábados.
-Costó seiscientos leuros, tuve que pagarla a plazos. Si no la quieres, al contenedor. No tengo sitio en casa –dijo y le dio un meneo a su larga melena negra-. Si la quieres, Juan te la lleva luego.
Le dije que sí, que me quedaba la sillita, y le compré a su tía unas medias de fantasía que aún no he estrenado ni estrenaré.
La sillita resulto ser un armatoste ultramoderno, plegable, desmontable y lavable. Sobre todo eso último,:tuve que meterla dos veces en la lavadora, pero al final quedó como nueva y relucía en toda su llamativa y esplendorosa gama de azules y turquesas.

A los pocos días subí a casa de la gitana, un cuarto piso sin ascensor, a darle un regalo. Era la una de la tarde del 23 de diciembre, un día frío y gris, muy del noroeste. En el descansillo se amontonaban los cachivaches: un colchón, tablones, cajas de cartón. Había una enorme mancha verdiroja o rojiverde en el techo y un charco de agua debajo. El timbre no funcionaba, así que golpeé varias veces la puerta con los nudillos. Cuando estaba a punto de darme por vencida, la hoja se abrió sigilosamente. Apareció la cara entre asustada y desconfiada de su hija de doce años. Iba en pijama, el pelo sucio, las mejillas salpicadas de granos. Al fondo, en la penumbra, se adivinaba una pared desconchada.
-¿Te desperté?
Movió la cabeza afirmativamente varias veces.
-¿Tu madre?
-En la cama.
De pronto apareció por detrás la hija pequeña. Salió al descansillo y comenzó a dar vueltas a mi alrededor con los pies descalzos. Chapoteó en el agua.
-¿Nos traes algo?
-A tu mamá.
-¿Naranjas?
Me reí.
-¿Jamón?
Negué con la cabeza.
-¿Pan?
Le acaricié el cabello y sentí su tacto áspero.
-Decidle que volveré otro rato.
Me di la vuelta y descendí las escaleras de puntillas, intentando no hacer ruido.

Al día siguiente, 24 de diciembre, me topé con la gitana frente a su portal. Llevaba un mono blanco que se pegaba a su esbelto cuerpo y un collar de piedras rojas. Estaba muy guapa. Le dije que tenía un regalo para ella, se apartó el cabello de la cara con un golpe brusco y me acompañó a casa. Mi padre abrió la puerta y, de pronto, me avergoncé del árbol de Navidad con sus absurdas bombillas de colores, del Belén que habíamos tardado dos días en montar, de la nube de aire caliente que emanaba de los radiadores. Le entregué la caja de bombones y el set de maquillaje. Le mostré la barra de labios. Le expliqué que tenía un resorte para abrirse y escondía un espejito dentro.
-Me pierde el maquillaje –dijo guardándolo todo en el bolso sin mirarlo-. La pequeña me estropeó el otro día el pintalabios rojo.
-Y unas botellas de vino -añadió mi padre ofreciéndole una caja.
-Yo no bebo. Me educaron como una verdadera gitana, sin beber y sin salir. Para Juan. A ver si se anima, que lleva varios meses sin trabajar.
Nos quedamos los tres callados. Yo era consciente del aire cargado, del aroma del besugo en el horno, de los villancicos que sonaban de fondo en el equipo de música. Entonces mi padre se empeñó en enseñarle el corralito de piso de arriba que había mandado hacer a un ebanista. Ella subió las escaleras, echó un rápido vistazo al corralito y otro a mi hijo, que correteaba entre los juguetes desperdigados por doquier, y dijo:
-La pequeña se cargó el lavabo. Trepó encima y catapúm. Ahora no tenemos lavabo. Usamos el fregadero.
Habló en voz muy alta, riéndose a grandes carcajadas. No sé por qué, evitó mirarme,  miraba solo a mi padre. Bajó a toda prisa y salió dando un portazo.


domingo, 14 de septiembre de 2014

AMOR DE CALLE



Trabajaba de guardia civil, pero lo que le gustaba era cantar.

Ya de niño en su aldea lo llamaban siempre para cantarle a la virgen. Lo llamaban para cantar en misa. En las bodas. En las fiestas de la patrona. Doblaba la pierna izquierda, la apoyaba en un poyo, colocaba la mano encima y, mirando hacia la montaña, dejaba salir la voz. Una voz que se lo llevaba todo por delante. Palabras antiguas que llegaban de varios siglos atrás, palabras en llionés, cantares que había escuchado a sus abuelas.  

Luego, cuando entró en la Guardia Civil solo se atrevía a tararear. Tarareaba en el coche, cuando se dirigían a inspeccionar algún terreno por un solitario camino de concentración. Tarareaba en el cuartelillo, cuando le tocaba una interminable guardia de fin de semana. Tarareaba mientras hacían una de esas redadas en los prostíbulos de la carretera nacional. Un día una prostituta le preguntó qué cantaba.
-Lo que sea –dijo él.
-¿Un bolero? –repuso ella con acento de algún país latinoamericano.
Él bajó la ventanilla y miró fuera, la luna se reflejaba sobre la carretera y sobre los maizales secos. Llenó los pulmones con el aire helado de diciembre y le echó un vistazo a su compañero. Carraspeó.
-Amor de la calle
que buscando vas cariño
con tu carita pintada
con tu carita pintada
y tu corazón herido.
La voz lo llenaba todo. Hacía temblar los cristales. Era una voz poderosa, primitiva. Su compañero abrió la puerta. Había otros dos todoterrenos frente al local y tres mujeres semidesnudas esperaban esposadas bajo la luz de una farola. Las mujeres miraron hacia el coche de donde salía la voz. Entonces se abrió de golpe la puerta del puticlub y sacaron a rastras a su dueño. La cara era una mancha roja y sanguinolenta. El teniente dio un golpe con la culata del revolver sobre la chapa de su todoterreno y le ordenó que se callara de una maldita vez. Enseguida los tres coches arrancaron. La puta se rio en el asiento de atrás y entonó con voz ronca:
-Tú olvidas tu pena
cantando y llorando
fingiendo reír
y el frío de la noche
castiga tu alma
y pierdes la fe.


dias de fin de semana. Tarareabare la carretera, y los maizales y una de esas interminables guardias de fin de semana. Tarareaba


jueves, 4 de septiembre de 2014

QUE LA FUERZA (BRUTA) ME ACOMPAÑE


Está infravalorada, la fuerza bruta.

Lo digo en serio. Los que carecemos e ella, somos los únicos que la valoramos. Ahora en el ranking de cualidades de una persona, ésta figura en último lugar. Ni siquiera se exige para buscar trabajo como obrero, albañil o agricultor. Y mucho menos se requiere en el ranking amoroso, al menos el oficial, el políticamente correcto. En las webs de contactos todo el mundo especifica lo listo, divertido y “normal” que es. Nadie cuenta si es capaz de pujar cuatro cajas de leche hasta casa o de desembalar un televisor de 65 pulgadas y colocarlo en su espacio en el salón sin que peligre su integridad.

Pero oye, después de una tarde en Ikea, y del subsiguiente traslado de tablones de tamaño insano por un parking atestado en un carrito indomable, y del traslado del  contenido del carrito al maletero del coche, cogiendo aire, metiendo tripa, un, dos, tres, arriba, un tablón, ay, que apenas cabe, maniobro, lo tuerzo, se me escurre, me aplasta el dedo gordo, alehop, otra vez, otro intento, y de que solo al cabo de media hora haya conseguido meter los tablones y me diga con desaliento, ahora solo me queda llevarlos a casa y desembarcarlos con más sudores y más pinchazos de espalda..., después de eso pienso ¡qué dulce sería tener los músculos del Increíble Hulk!

A los tíos, al menos a los de cierta capacidad física, les cuesta entenderlo. Pero pregunto, tú, que pesas más de 70 kilos y mides más de 1,75, te imaginas con cincuenta y pocos kilos y sin músculo pasando por ciertas situaciones como:
-Compra mensual en el súper.
-Renovación de mobiliario en Ikea.
-Corrimiento de electrodomésticos en el hogar.
-Levantamiento de carritos de niño en las escaleras del metro.
-Levantamiento de niños.
-Discusiones atropelladas con taxistas, cajeros, dependientes, funcionarios, policías y bordes en general (que ante la masa muscular se arredran).
-Colocación de equipaje en cabinas de avión.
-Arrastre y puja del equipamiento infantil para un día de playa.
-Levantamiento de cuerpos en un arranque de frenesí sexual.
-Giro y volteo del colchón para su aireo.
-Ñapas caseras varias.
-Y ya, entrando en el mundo agrícola-ganadero, la lista es demasiado larga para especificarla (ayudar a parir a una vaca, traslado de pacas, cavado de viñas, etc).

Que, ¿te imaginas?
A que no.
Por eso a veces echo de menos la fuerza bruta. La mía. O en su defecto la de un hombre (o mujer, en eso no discrimino) cerca.


lunes, 18 de agosto de 2014

EL PAPA O LOS REINOS DE TONGA



Es el día de la Patrona. Llegan al pueblo parientes desde la vieja Castilla, desde Madrid, desde Asturias.
Y llega mi tío, obispo, desde California.
Viene cargado de regalos, reparte chicles de canela y ejemplares de Time y New Yorker, camisetas con leyendas en inglés talla XXL y corbatas made in China.
-En los EEUU todo es ya made in china –dice con una especie de resignación.
Cuando se sienta a comer se quita el  alzacuellos y se mete la cruz de plata en el bolsillo. Nos habla de Obama.
-No le permiten gobernar. Antes el presidente de los EEUU, cuando era elegido se convertía en el presidente de todos. Ahora no. Clinton no fue el presidente de los republicanos. Bush no fue el presidente de los demócratas. Obama no es el presidente de los republicanos.
Nos habla del Antiguo Testamento.
-Jonás, me encanta su historia. DiosnuestroSeñor lo hizo profeta en contra de su voluntad. Pero Señor, decía, yo no quiero predicar en Nínive. Si no me hacen caso en mi pueblo, cómo me van a hacer caso allí, donde nos odian y nos persiguen.
Mi tío suelta una carcajada jovial mientras se pone la pechera perdida de jugo de sandía.
-Y Jonás se negó y se embarcó huyendo de los designios de DiosnuestroSeñor y al final se lo tragó la ballena. Pero... –pausa teatral- sobrevivió. Y agradecido fue a Nínive y acabó convirtiendo a todos, desde el rey hasta las bestias. Las bestias –repite y suelta otra carcajada-. Humor del Antiguo Testamento.

Es el día de la Patrona. La gente sale en tropel a pasear por la plaza mayor vistiendo sus mejores galas. Mi tío nos acompaña en esa procesión pagana.
-¡Padre, padre!-. Un hombre de mediana edad y camisa de cuadros se agacha y le besa el anillo episcopal-. Sé que visitó usted en Jerusalén. Yo también. ¿Qué le parecieron los Santos Lugares?
Mi tío se inclina y le dice al hombre algo que no llego a entender.
-Dios lo bendiga –repone él-. Y estuvo con el Santo Padre en Roma, ¿qué le pareció?
-Un profeta –responde mi tío con una sonrisa benevolente.
-Dios lo bendiga –repite el hombre y, con un nuevo besamanos, se pierde entre la multitud.

-¿De dónde venís?
-Del concurso de pintura rápida. Hicimos unos bocadillos de chorizo y marchamos a la orilla del río a pintar.
La mujer que me contesta es poetisa y diseña joyas con materiales de reciclaje. Tiene una espesa cabellera negra y unas piernas largas y delgadas. Me muestra su lienzo. Sus hijas, las mismas piernas largas y tobillos estrechos, los mismos labios carnosos, el mismo cabello oscuro, me muestran los suyos. Tres puntos de vista distintos sobre el mismo paisaje. Mi tío los valora con ojo crítico.
-Fantástico –dice-. Congratulations.
Ellas lo observan a él con idéntico ojo crítico.

-Ay, ¡qué ganas tenía de saludarlo! –una monjita escueta y arrugada con una túnica blanca se nos acerca.
Cabecean los dos con respeto, mi tío y la monjita.
-A pesar de tantos años allá no ha perdido el acento de aquí.
-Eso me dicen en Caracas cuando vuelvo del pueblo- se gira hacia mí-. En las favelas me llaman sor Menudencia, como soy tan pequeña- explica y suelta un ruidito como el gorjeo de un jilguero.

-Ese año, en el balneario, yo supe que Padre estaba mal cuando jugamos a la brisca: dejaba caer las cartas.
Mi tío mira a mi padre y mueve la cabeza. Estamos sentados en una terraza, a unos metros hay títeres para niños y se escuchan las voces del titiritero, con su acento medio leonés medio gallego. Está representado una comedia, los protagonistas son los miembros una familia de cochinos.
-Cómo le gustaba a Padre echarse al mar, nadaba hasta que era solo un punto en el horizonte- responde mi padre.
-Pero en ese viaje, no, en ese viajo no nadó.

-Tengo un amigo que es predicador baptista. Yo le digo: pero no sería mejor que siguierais las escrituras en las homilías-. Mi tío le da sorbitos con deleite a su vermuth son selz-. ¿Y sabes lo que me responde? Si lo hiciéramos así acabaríamos durmiéndonos en los laureles, es más creativo y requiere mayor esfuerzo que cada uno predique sobre lo que quiera.
-Capitalismo religioso –apostillo-. Las iglesias compiten entre ellas por los fieles.
Mi tío abre la boca para añadir algo y de pronto empiezan a sonar canciones leonesas y un grupo folklórico se mueve por el escenario. Revuelo de manteos amarillos y frufrú de enaguas. Hemos pasado de los cerdos de cartón piedra a los danzantes de la ribera.
-He leído que el español está creciendo en EEUU –afirma mi padre por encima del estruendo.
Mi tío frunce el ceño.
-No, está creciendo la población hispana, que no es lo mismo. Los inmigrantes, en cuanto se integran en la cultura americana, pierden su idioma.
Los danzantes siguen dando vueltas por el escenario. Hay piruetas, saltos, manos que vienen y van. Panderetas, tamboriles. Los antiguos bailes que veía mi tío de niño en el pueblo. Ahora, en las iglesias de su diócesis californiana, los nativos del reino de Tonga bailan ataviados con collares de palma en torno al altar.