Trabajaba de guardia civil, pero lo que le gustaba era cantar.
Ya de niño en su aldea lo llamaban siempre para cantarle a la
virgen. Lo llamaban para cantar en misa. En las bodas. En las fiestas
de la patrona. Doblaba la pierna izquierda, la apoyaba en un poyo, colocaba la
mano encima y, mirando hacia la montaña, dejaba salir la voz. Una voz que se lo
llevaba todo por delante. Palabras antiguas que llegaban de varios siglos atrás,
palabras en llionés, cantares que había escuchado a sus abuelas.
Luego, cuando entró en la Guardia Civil solo se atrevía a
tararear. Tarareaba en el coche, cuando se dirigían a inspeccionar algún
terreno por un solitario camino de concentración. Tarareaba en el cuartelillo,
cuando le tocaba una interminable guardia de fin de semana. Tarareaba mientras
hacían una de esas redadas en los prostíbulos de la carretera nacional. Un día
una prostituta le preguntó qué cantaba.
-Lo que sea –dijo él.
-¿Un bolero? –repuso ella con acento de algún país
latinoamericano.
Él bajó la ventanilla y miró fuera, la luna se reflejaba sobre la
carretera y sobre los maizales secos. Llenó los pulmones con el aire helado de
diciembre y le echó un vistazo a su compañero. Carraspeó.
-Amor de la calle
que buscando vas cariño
con tu carita pintada
con tu carita pintada
y tu corazón herido.
La voz lo llenaba todo. Hacía temblar los cristales. Era una voz
poderosa, primitiva. Su compañero abrió la puerta. Había otros dos todoterrenos
frente al local y tres mujeres semidesnudas esperaban esposadas bajo la luz de
una farola. Las mujeres miraron hacia el coche de donde salía la voz. Entonces
se abrió de golpe la puerta del puticlub y sacaron a rastras a su dueño. La
cara era una mancha roja y sanguinolenta. El teniente dio un golpe con la
culata del revolver sobre la chapa de su todoterreno y le ordenó que se callara
de una maldita vez. Enseguida los tres coches arrancaron. La puta se rio en el
asiento de atrás y entonó con voz ronca:
-Tú olvidas tu pena
cantando y llorando
fingiendo reír
y el frío de la noche
castiga tu alma
y pierdes la fe.
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