Hoy vi a un hombre muerto. Camino del
trabajo lo vi.
Salí de casa como siempre a las 8:30,
subí la cuesta de mi calle, me crucé con el grupo de Testigos de Jehová que
vienen o van –nunca lo he sabido- al culto. Ellas llevan melena con horquillas, faldas por
debajo de la rodilla y medias color carne; ellos pantalones de pinzas y cazadoras
de alguna fibra sintética. Hablan de sus cosas, a saber: versículos de la
Biblia, y cuánto costaría un local más grande para el culto, hay que ver lo que
han subido los alquileres en el barrio. Van tapando la acera. Hablan alto,
lanzan risitas.
Los adelanté.
En lo alto de la cuesta está la plaza de
Cascorro. Allí todas las mañanas se reúnen varios perros de distintos tamaños y
edades y razas con sus dueños respectivos. También de distintos tamaños y
edades, pero la misma raza, eso sí: pura raza española.
Los adelanté.
Pasé por debajo de un andamio, por
delante de 20 bares, tres barrenderos, un ejército de padres –hombres, quiero
decir- con sus hijos de camino el cole
–se ve que depositar al polluelo sano y salvo en su nido es cosa de hombres-.
Los adelanté.
Y entonces, frente a un cajero, vi a un
hombre echado en el suelo. Bueno, en mi barrio cada vez hay más hombres echados
en el suelo, que duermen en el suelo –hombres, casi siempre hombres, se ve que
las mujeres tienen siempre a mano alguna
cama-, así que no me inquietó mucho.
Me inquietó ligeramente.
Pero mientras me acercaba me iba
inquietando más. El hombre tenía la camisa abierta, no estaba envuelto en
ninguna manta como esos vagabundos que se refugian en los cajeros. Me iba
inquietando más. El hombre tenía los brazos estirados en forma de cruz. Las
piernas separadas. Los ojos semiabiertos. Me inquietaba más y más. Y de pronto:
frenazos, coches de policía y media docena de uniformes.
Pensé: joder, esta muerto.
Pensé: ahora cambio de acera. No quiero
molestar ni parecer una cotilla morbosa, qué van a pensar los policías. Qué voy
a pensar yo misma de mí misma.
Pensé: no, no voy a cambiar de acera, un
hombre muerto y solo, ¿no se merece que alguien lo mire y lo despida y piense,
pobre hombre muerto y solo?
Lo miré al pasar. El pelo abundante y
canoso, la barba larga y canosa, el pecho desnudo, un pecho de hombre no muy
mayor.
Sobre todo el pecho desnudo. De hombre no
muy mayor.
Los policías daban vueltas sin saber qué
hacer. El desfibrilador en el suelo, junto al hombre.
Pensé: qué historia terrible habrás dejado detrás.
Pensé: seas quien seas, descansa en paz.
Has presenciado una escena del Demiurgo, con su guión perfecto y su completa impedimenta: Los testigos de Jehová son el ente nihilista pero fundamental de la filosofía y el espíritu. Los padres que llevan sus polluelos son el Torbellino del Uno y la materialidad aparentemente fáctica de la vida cotidiana, con su carácter vacío por un lado y su contundente realidad reproductiva por el otro. En cuanto al muerto, es la muerte, claro está. Con todo el esplendor que no ha de faltarnos en la escena, como fuente de sentido que nos determina en la inmensidad del universo. Por supuesto, ni que decir tiene que los perros son literatura que distrae por el camino y protege nuestro hálito de los tres fantasmas ontológicos. El Ser es el conjunto de tres fantasmas gélidos y un perro. Tú eres la chica afortunada de la historia, puesto que te hablan los creadores de mañana. Y nosotros somos los aedos del antiguo mundo que añaden algo de silencio y que se acuerdan... Requiescat In Pace. ;-))
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