Cuando una o más personas se reúnen en torno a una botella de vino
sucede esto: que llegan bolsas llenas de tomates y calabacines, que los amigos
se hacen amantes, que los bodegueros se desnudan...
Se le ocurrió a ella:
-¿Por qué no quedamos en un bar que conozco donde ponen unos vinos
buenísimos?
Él se rio. Era verano. Su familia estaba en la playa, pero él
trabajaba esa semana y sin embargo se sentía libre. Dijo que sí y quedaron en
un bar de La Latina.
Ella preguntó:
-¿Puedo elegir?
Se encontraba a gusto ahí, en ese lugar húmedo y somnoliento que
está dentro de una botella. Había algo, un instinto, que la hacía acertar con
los vinos. No así con los hombres, desde luego que no, pero mejor olvidarse de
eso. Se arregló el cabello, miró a su amigo y pensó: tan deseable, tan
fragante, ¡un Ribera!
Él se bebió la copa muy suavemente.
Después un vino de Toro.
Él la miró asombrado, los ojos color musgo le brillaban.
Después ella pidió una Mencía del Bierzo, dura, fuerte, directa al
corazón.
Cuando salieron del bar, él la besó.
-Hacía tanto tiempo que quería hacer esto –susurró.
Ella le mordisqueó el lóbulo de la oreja:
-Vamos a mi casa, tengo un magnum de Teso la Monja que te va a
encantar.
El sr. X va a la huerta que su amigo cultiva en la ribera del río Órbigo. Tiene intención de pedirle unos tomates y unos pepinos porque su hija se ha empeñado en hacer un gazpacho natural.
“Natural”, ha recalcado. Y también: “No traigas de más, que luego se nos pudren”.
A veces al sr. X su hija le parece un poco pesada, un poco repipi, con esa obsesión que tiene por la comida sana. Cuando viene de Madrid llena la maleta como si no hubiera un mañana: alubias, pimientos, miel, ristras de ajos...
El sr. X decide llevarle a su amigo una botella de tinto prieto picudo de una bodega de Valdevimbre a cambio de la mercancía. “Trueque”, se dice.
Cuando llega a la huerta es media tarde. La tierra está rodeada de una muralla de chopos y más allá se huele el río. Su amigo está sentado a la sombra de un manzano fumando con la vista clavada en el infinito. Unos surcos más lejos, entre los pimientos, se encuentra el hermano de su amigo, sentado en una jaula. Se saludan a gritos. El sr. X saca la botella de prieto picudo.
-¿¡Adónde crees que vas con eso!? –exclama su amigo-. Tengo yo aquí una cosecha entera de prieto picudo de la nuestra viñas. Más natural que eso que llevas ahí.
El sr. X parpadea al escuchar la palabra natural.
-Este no está mal. Es de la cooperativa de Valdevimbre.
Su amigo refunfuña y entra en la nave donde guarda el tractor. Al fondo, está la bodega. Las botellas se apilan hasta el techo cubiertas de telas de araña. Coge una, la limpia contra la pernera del pantalón y la descorcha con la navaja.
-Yo no bebo, eh, pero esto es para que la pruebes.
El sr. X abre su botella también.
-Vamos a catar los dos.
-Este mío es de la viña del camino de Jiménez.
-Mientras, voy apañando unos tomates.
Dos horas más tarde el sr. X ha apañado varios kilos de tomates, dos bolsas de pepinos, enormes calabacines y dos docenas de pimientos. Su amigo se ofrece a llevarlo a casa en su Citroen destartalado. Se meten todos dentro y salen haciendo eses y levantando nubes de polvo por el camino de concentración.
No se conocían. Pero ella probó su vino de el Bierzo y se dijo, hay alguien que
me entiende. Así que hizo una buena reseña en su periódico y se la mandó. Y se
olvidó del asunto.
Muchos meses después él le escribió. Le daba las gracias y quería
consultarle no sé qué. Ella recordó el sabor oscuro y vibrante y misterioso de
su vino, y quedó con él.
Se vieron en una vinoteca vacía y se miraron los dos con muchos
parpadeos. Había un tercer tipo al que ella no prestó mucha atención. Ninguno de
los dos se imaginaba cómo sería el otro. O quizá ella no se lo imaginaba así: ¡ese
caldo, con esa fuerza! Él era demasiado encantador. ¿Demasiado tímido? O quizá
lo que pasaba era que a ella le traicionaba su fantasía, se había imaginado
alguien más sombrío. Hablaron, sonrieron, probaron un vino. Se atragantaron.
-Tengo un proyecto. Me han fotografiado.
El otro tipo dijo:
-Ha sido muy generoso.
¿Generoso?
Ella contestó:
-Te has desnudado.
Hubo carraspeos, sorbitos de las copas de vino.
Y ella vio las fotos a contraluz del tipo casi desnudo entre
sarmientos. Tenía un hermoso cuerpo flexible. Se concentró en su copa.
-Eh, muy bueno, el vino, quiero decir.
Sonrió temblando. El cuerpo del vino.