Era un tipo de corta estatura, músculos marcadísimos y tatuajes en
los bíceps. Trabajaba de policía en una comisaría de un barrio duro y por las
noches, de portero de discoteca. Tenía que pagar a varios hijos de varias
mujeres distintas, y no le daba el sueldo de poli para tanto. Ladeó la gorra, se colocó las gafas de espejo, dijo arrastrando la voz: “Yo lo que
quiero hacer en la vida es escribir”.
Contuve la respiración.
Resulta que es así. Estamos rodeados de gente que quiere escribir.
Lo que me preocupa es que no exista en la misma proporción gente que quiera
leer. Si todos escribimos, ¿quién lee?
Las editoriales se quejan de que han caído en picado los índices
de lectura. Pero ¿y los índices de escritura? Me pregunto: ¿acaso los que
escriben no leen? Porque yo leo, y leo, con una especie de compulsión
peligrosa, adicta, el día que no leo, me siento culpable. El día que no
escribo, desolada.
Así que ¿las actividades de leer y escribir no son consecuencia
una de la otra?
La cuidadora que tengo en casa me dijo un día:
-Hay un vecino que me encuentro cuando saco a pasear al perro que es escritor. Le conté de usted. Y ahora tiene
muchas ganas de enviarle su libro.
Claro, repliqué con la boca pequeña, que me lo envíe.
Jamás me lo envió. Nos intercambiamos un par de correos educados.
Intenté imaginar de qué podría escribir un tipo que me había confesado que,
como no le gustaban los libros de las librerías, había decidido fabricar (sic) los suyos propios.
Luego están los escritores poetas. El farmacéutico de la esquina,
un funcionario de Hacienda que mata el rato escribiendo coplillas, periodistas y
pensionistas, un abogado. Esos no quieren escribir poesía, esos se dicen
poetas, nacieron poetas.
¡Qué manía con la vocación!
¡Pasemos a la acción!
Yo lo que quiero en la vida es escribir.
No quiero ser escritora, quiero escribir.
Eso ya lo dijo el poli tatuado: no quería ser escritor, quería
seguir siendo poli y a la vez seguir escribiendo. Aquel día, mientras me
contaba su historia, me devané los sesos pensando en qué tipo de consejo darle,
qué tipo de historias podría escribir alguien que al hablar se comía las eses y
el final de las palabras y que intercalaba un joder-hijodeputa en cada oración.
Y entonces va el tipo y de su mochila extrae ¡dos novelas publicadas! Me fui a
casa desconcertada, con dos novelas a la espalda.
Y tenían fuerza. No era una escritura exquisita, pero era eficaz,
contundente, brutal.
Jamás lo volví a ver. Al que quería escribir y no, ser escritor.
Porque hay una diferencia. De planteamiento básico, de ego, de
humildad, de fe.
Yo quiero escribir, no ser escritora.