Los domingos otoñales siempre tienen algo trágico, de un trágico
insidioso, nada épico.
Hasta las conversaciones anodinas de pareja.
Hasta las
conversaciones anodinas de viejas parejas.
-La pobre, tuvo un hijo retrasado.
Todo el día por el suelo, a gatas. Sin salir de casa –dice la mujer.
Lleva un abrigo de paño beis y una pañoleta en la cabeza porque
empieza a tintear un agua fina pero molesta. Le cuesta caminar sobre el empedrado irregular, sus zapatos de tacón
grueso se tuercen a cada paso. Levanta la vista, al final de la calle, se
enroscan las nubes negras en torno a la montaña. El viento trae hojas secas de chopo
y olor a berza.
-No, nunca lo sacó de casa –contesta el hombre, calándose el
sombrero. Le da otra vuelta a la bufanda, avanza unos pasos por delante de la
mujer.
-Cuando murió y no fuimos al entierro, muy mal le pareció.
-Se enfadó. Pero ni nos enteramos.
-Y luego tenía ese otro, el que se quemó. Pobrín. Tenía tres años
y estaba en la trona y se prendieron las faldas del brasero de carbón y él,
claro, solico, no pudo bajar, y las faldas lo quemaron y lo trajeron al médico
del pueblo, ¿y qué hizo?, lo envolvió en algodón con alcohol, ay, Jesús, cuando
llegaron al sanatorio y le quitaron las vendas se fue toda la piel con ellas, tuvieron
que amputar las piernas y luego no sé cuántos injertos... Toda la vida con
operaciones, hasta que las diñó. Fue un alivio, creo yo.
La mujer se ajusta la pañoleta. El viento hace bailar los faldones
de su abrigo. De las casas de piedra llega el rumor de cerrojos y portones que
se cierran. Es domingo y ya ha salido la gente de misa y ya llegan los turistas
a comer cocido a los mesones de Castrillo de los Polvazares.
-Ella era una delicia de mujer, muy bailadora. En las fiestas del
pueblo, ¡lo que bailaba! Tenía algo...
-Con tanta desgracia, está muy estropeada, si la vieras ahora.
Luego tuvo el otro, el que prendió fuego a la gasolinera. Estaba mal de la
cabeza y se enfadó y trabajaba allí porque pa’ las tierras era un desastre, las
llevaba muy mal, se le pasaba la vez de regar, perdía siempre alguna cordera, y
lo colocaron en una gasolinera, ahí en el cruce, donde la cantina, y va un día
y dice que lo trataron mal y hace explotar las bombonas. Lo metieron en el
manicomio de Palencia.
-Pero ella era de simpática y de lista. ¿Te acuerdas?
-Me acuerdo que un día llegó a casa y le dijo a madre: el domingo
siguiente salgo novia con el Barquero. Y madre le dijo: pero rapaza, si tienes
quince años y él es un viejo, podría ser el tu padre. Se conocieron en el baile
y a la semana ya salieron de novios. Y les fue bien, se querían mucho. Ocho hijos
tuvieron. Luego ya empezaron a caer las desgracias.
-Cómo bailaba. Y esos ojazos entre verdes y pardos.
-Ahora está consumidina, la pobrina. ¿No la viste?
El hombre se cierra el cuello del tabardo y acelera el ritmo de
sus pisadas hasta dejar muy atrás a la mujer.
-¡Espera! –exclama ella tambaleándose-. Condenadas piedras.