lunes, 8 de febrero de 2016

DESMEMORIAS DE CARNAVAL



A veces entiendo a los madrileños. Esa vida atropellada y optimista, el no-misterio. Viviendas pequeñas y modernas, sin bodegas ni buhardillas. Cocheras compartidas con plazas de dos por cuatro metros cuadrados. Balcones con macetas y bicicletas.
A veces los entiendo y los envidio.


Claro que no tienen el arcón con los manteos de la tatarabuela. Ni la mesa tallada de nogal. Ni el armario que guarda los trajes de carnaval de los últimos cuarenta años. Ni en la cochera el viejo lagar, la prensa, y unas cubas que apestan a vinagre. Bicicletas de la posguerra. Sillas de despacho de los cincuenta. Parvas de carbón de los sesenta. Y un tufillo a manzanas pudriéndose durante las últimas tres décadas.  

A veces los envidio. Y pienso: me gustaría llegar a casa y que estuviera todo limpio y reluciente y a mano y bajo control. O al menos, bajo control. Que más o menos sepas lo que te vas a encontrar si abres un armario. Y no...
...que abras un armario y salgan volando las polillas, mátala, mátala, y junto a la capota de la primera comunión de tu madre haya un abrigo loden de tu abuelo y luego cuando buscas una falda para disfrazarte de carnaval se te caiga encima un bolsa pegajosa llena de pelucas y para colmo piensas, yo estuve en esta habitación de las dos caminas hace veinte, veinticinco años, buscando las mismas cosas, y mi madre estuvo aquí hace cincuenta años buscando las mismas cosas, y de pronto del techo empieza a deslizarse un chorro de agua y ¡mierda!, se ha roto alguna cañería y vas a por una fregona y te ves recogiendo agua con la peluca, el refajo y la falda puestos y, cada vez que exprimes la fregona, sobre el sifonier, contemplas un retrato de toda la familia del día de tu boda, y todos parecéis poco alegres, pero muy elegantes y se te nota en la cara que eso no va a durar (y no duró) y retuerces la fregona con saña.

Y entonces, cuando has puesto tres calderos, avisado a un fontanero que no puede intervenir porque vaya, es lunes de Carnaval y mañana martes (de Carnaval) y aquí en La Bañeza todo se paraliza (no como en Madrid) y corta el agua y a saber de dónde vendrá la avería porque estas casas viejas tienen tuberías por arriba y por abajo, abres una puerta que no recuerdas ni adónde conduce y dejas que el agua corra escaleras (de caracol) abajo y deseas con fuerza estar montada en tu utilitario camino de Madrid, camino de un lugar pequeño manejable y desmemoriado. Sobre todo eso: sentir que aquí no ha vivido nadie antes que yo, ni  ha dejado sus huellas ni las tuberías están herrumbrosas ni hay telas de araña en las esquinas.
¡Qué libertad!

Y sin embargo...

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