Hay veces en que me siento
un poco Heidi con unas gotas del Padrino.
Me entra como una nostalgia
de una infancia agreste, de ovejas, mastines y sembrados. Ojo, una infancia
real, no inventada. Hablo de cosas que me sucedieron: la majada de mi padre,
los huevos de pata en el pajar, las ovejas recién paridas y el mastín
comiéndose la placenta. Cosas hermosas y cosas sucias, pero siempre cosas vivas.
Por eso es una nostalgia
difícil de entender por aquellos que crecieron en una ciudad. O más bien,
imposible de experimentar. ¿No?
O lo viviste o no lo
viviste, joder.
Eso me pasó hoy. En la
presentación de los vinos del Bierzo
en el hotel Palace de Madrid. Todas
esas bodegas, todos esos vinos del reino de la Mencía. En medio del runrún y
del caos de Madrid, sí. Pero las uvas crecen al aire libre, en terrenos que
expresan toda su potencia en esa fruta. Hablamos de la tierra, ni más ni menos.
Ahí estaba yo, escapada de mi
redacción, con una hora justa para viajar de un extremo a otro del Bierzo.
Había bodegas jóvenes, y bodegas de toda la vida remozadas, de las que mi
abuelo encargaba al gaseosero, una caja cada semana (Bodegas Guerra con mi amigo Mario
Rico). Había bodegas exquisitas (Losada
con su magnífico La Bienquerida) y
bodegas de locos amantes del vino (Demencia
Wine de Nacho León). Y Pitacum y
Domino de Tares. Y más locos, un
tipo que vivía en un barco en la costa y decoraba sus etiquetas con imágenes
pintadas a mano de barcos y mares (Almázcara
Majara).
Había un público variopinto,
concentrado en probar y tomar notas misteriosas en pequeñas libretas y dictar
veredictos. Un hombre mayor con traje cruzado príncipe de Gales me contó que
había sido ingeniero de minas en el Bierzo, que allí había probado las mencías,
que por entonces para lo que servían era para desatascar tuberías. Que ahora
era se había convertido en uva con una expresión arrasadora.
Arrasadora.
-Han cambiado mucho –me
dijo- Para mejor.
-Las minas también –añadí.
-Para peor –concluyó y me
aconsejó: -El vino hay que beberlo despacio, como la vida.
Y de qué estamos hablando
este hombre y yo: del fruto de la tierra. ¿Y quiénes son los bodegueros locos o
cuerdos, clásicos o hipsters? Labradores, ¿no?
Pues eso, entre Heidi y un
poco del aire mafioso del Padrino: yo conozco el secreto, vosotros no.
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