El sr. X camina todos los
días seis kilómetros. Atraviesa campos de labranza, pinares y riberas, siempre
con el Teleno al oeste y los Picos de Europa al norte. El sr. X disfruta de sus
caminatas.
Un día nota un ligero pinchazo en la ingle. Al día siguiente camina
un poco menos. El pinchazo se repite con más frecuencia. Se convierte en dolor
persistente. Su amigo Z le dice que, por la pinta, debe de ser una hernia.
El
sr. X decide ir al centro de salud. El doctor le pregunta si tiene seguro
privado, sería mejor hacer uso de él. El sr. X no tiene seguro privado. Entonces
le dice que no le puede enviar a ningún especialista porque hay lista de
espera. Que le mandará pruebinas para que se vaya apañando.
El sr. X se
desplaza a León a que le hagan una ecografía. A la semana ve al doctor. El
resultado es preocupante, podría haber metástasis. Pero no lo puede enviar al internista
porque, claro, hay lista de espera…
El sr. X está angustiado y cada vez come
menos.
El sr. X ya no anda. El dolor es tan fuerte que vuelve a León, está vez a
urgencias al hospital de León. Espera cinco horas en un pasillo. El médico que lo
atiende lo palpa –solamente- y afirma que eso no se puede operar. Nada más. Lo
manda a su casa en medio de la nevada.
Desesperado, el sr. X se hace un escáner
en una clínica privada de León –otros cien kilómetros de ida y vuelta- y lo
paga de su bolsillo. El escáner sigue sin aclarar nada. El doctor de cabecera
sigue sin enviarlo a un especialista después de más de dos meses. Le manda unos
análisis. Los análisis dan bien: se descarta un tumor, podría ser artrosis o
trocanteritis, ¡anímese!
¿Y ahora qué?
El doctor dice que hay que esperar
porque, claro, hay lista de espera.
Pero el sr. X se desespera: ha perdido más
de 10 kilos y se pasa el día echado en la cama.
Hasta que tiene una
iluminación: una amiga traumatóloga trabaja en la sanidad pública en Madrid. La
llama. El sr. X va a Madrid a urgencias a uno de los grandes hospitales
públicos. Su amiga lo mira de arriba abajo, no tiene nada de huesos ni de
artrosis. Una cirujana lo mira también y emite su diagnóstico: usted padece una
hernia inguinal, eso se opera rápido y no necesita ni dormir en el hospital.
El
sr. X intenta sonreír, pero ya no le quedan fuerzas, se imagina la lista de
espera…
(continuará)
EL SR. X SUELTA LA PASTA (II)
...tras muchas vicisitudes en el sistema sanitario, el sr. X
ha logrado averiguar que tiene una hernia.
Pero eso al sr. X no le consuela,
cada vez es más dolorosa y apenas puede andar.
Su doctor de cabecera lo envía
al ambulatorio de la Condesa de León.
Con sus dorados y sus mosaicos, al sr. X
le parece un hermoso edificio de los años 40, solo espera que la doctora no sea
también de los años 40. Pero no, la cirujana resulta ser masculina y eficiente.
El sr. X le cuenta su odisea. Se queja de lo mal que lo trataron en urgencias
del hospital de León. La doctora explica:
“Contratan a médicos de fuera en
momentos de picos de trabajo, les pagan menos y son temporales, no desarrollan
ningún vínculo con los pacientes”.
Y añade: “Si tiene usted algún contacto en
el hospital, no dude en hacer uso de él para que lo cuele en la lista de espera”.
Finalmente se apiada del sr. X y lo coloca en categoría “preferente”. De esa
forma lo citan para un mes después, en vez de para cinco.
Un mes de sufrimiento
después, el sr. X visita la consulta de la cirujana del hospital de León. Le
dicen que la operación, como pronto, será a finales de julio. El sr. X se
desespera, lleva cuatro meses de sufrimiento, ¿aún le quedan otros tantos? ¿Cuánto
se puede alargar una lista de espera?
Hay gente que está peor que usted, dice
la cirujana.
El sr. X sale derrotado de la consulta. Se ve incapaz de
sobrevivir a la primavera.
Una funcionaria le cuenta en voz baja: “Antes hacíamos
más de 2.000 operaciones anuales, ahora con los recortes no llegan a 800. Órdenes de arriba”.
El sr. X decide ir a una
clínica privada.
Le operan con éxito dos semanas más tarde. Al día siguiente,
mientras yace en una cama en una espléndida habitación para él solo, llega el
cirujano. Lo examina, ha salido todo bien. El sr. X le entrega un sobre con sus
abultados honorarios. A cambio, recibe un papelito firmado por el cirujano.
Luego
entra el anestesista, a quien entrega otro sobre. Ni siquiera hay papelito.
Antes
de irse, el sr. X pasa por administración, le dan un papelito con el número de
cuenta de la clínica y la cantidad a abonar.
El sr. X abandona la clínica. Tiene
unos cuantos euros menos en su cuenta, pero la primavera por delante para
recuperarse. Está feliz. Solo le asalta una duda:
¿para qué diantres ha estado
toda su vida pagando una parte de su sueldo a la sanidad pública?
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