sábado, 17 de octubre de 2015

TODAS ESAS COSAS RARAS



Hoy han sucedido todas esas cosas raras. Hoy ha sido uno de esos días.

Cuando desciendo la cuesta de mi calle, dos policías aparecen repentinamente de la nada: han saltado una tapia y se deslizan pegados a ella, mirando a todos los lados como si alguien los siguiera, hasta alcanzar su vehículo azul. El vehículo azul sale haciendo un derrape calle abajo.

Paso frente a una tienda de comida made in usa adornada con una ridícula profusión de calabazas de Halloween. Entre las tartas de zanahoria y las cajas de comida precocinada, una anciana gitana con su moño de cabello blanco, su falda tubo, su toquilla negra y sus zapatillas de andar por casa, mueve los brazos dando explicaciones. Me pregunto qué busca allí.

Descubro en mi barrio un quiosco polvoriento que está de liquidación. En el escaparate veo una caja con terroríficos dinosaurios de goma y entro para comprárselos a mi hijo. Mientras el tipo me cobra le digo por dar conversación:
-Así que de liquidación.
-Sí. Me voy a jubilar a los 62.
-Qué suerte.
-Me lo merezco. Estuve 30 años de marino, sin ver a mi familia en meses. Y cuando dejas la mar... en tierra adentro, dices, necesito hacer algo. Uno puso una granja de perdices, otro camionero, yo dije, un negocio tranquilo. Pero estos años no ha ido bien la cosa, así que para qué seguir.
El tipo, elegante y con una impecable camisa Oxford, se mueve entre las estanterías medio vacías buscando algo. Finalmente encuentra una bolsa usada, la sacude en el aire, introduce dentro la caja de dinosaurios y me acompaña a la puerta. Se queda allí con las manos dentro de los bolsillos del pantalón.

Paso frente a las ventanas abiertas de un bajo donde habita una familia gitana: todas las luces están encendidas y hay una pantalla gigante de televisión en cada habitación.

Cuando voy a tirar la basura, un hombre tiene medio cuerpo metido en el contenedor de papel. Lo observo de reojo mientras me deshago de las botellas, un cava, varias cervezas, un vino del Bierzo, cras, cras, ahí va una semana de vida social casera, pienso, mientras me percato de que el hombre sostiene una percha metálica en la mano y la utiliza a modo de anzuelo para intentar pescar algo dentro del contenedor. Logra sacar una cazadora, unos pantalones, un cinturón. El tipo tiene el cabello rizado y lleva pantalones de pinzas. Es aseado, de cuarenta, parece avergonzado, mira a hurtadillas a su alrededor. Se pasa un pañuelo blanco por la frente. Coge aire, mete la cabeza dentro del contenedor de nuevo. Lo primero que se me ocurre: su novia lo ha echado de casa después de una bronca monumental y ha tirado toda sus cosas al contenedor de papel. Pero entonces el tipo extrae de allí un mono de raso negro muy sexy y muy femenino, lo alisa con la palma de la mano y se lo coloca por encima como para comprobar si le quedaría bien.

Justo antes de que cierren el supermercado, entro a por un capricho de última hora. Compro queso brie, pan y un tarro de pimientos asados. Entre las latas de aceitunas hay un loro que emite salsa a todo volumen. Todos los empleados son latinoamericanos. Cuando voy a pagar, me doy cuenta de que no tengo ni un duro. El cajero, un tipo no muy joven, dice con acento colombiano:
-Lo mínimo para pagar con tarjeta son diez euros... Pero aunque lo tuyo es menos, yo quiero ser tu amigo.
Sonrío, gracias, gracias.
-Me gusta tu tarjeta negra. ¡Qué banco tan raro...! ¿Por qué lo elegiste?
-Por la hipoteca -contesto-. Estoy atada a él de por vida. Hasta los 65.
-Yo llevo trabajando desde los 13. Y muchos años no he tenido ni vacaciones. A veces estoy cansado, muy cansado. ¿No te pasa lo mismo? ¿Tú trabajas? ¿A qué hora sales? ¿Adónde vas de vacaciones? ¿Conoces Colombia? ¿Te gustaría venir conmigo?

Salgo corriendo a la calle.

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