Voy al cóctel de inauguración de una exposición en una
galería madrileña. Me encuentro gente muy peripuesta, algunos bohemios y
parejas de la alta sociedad. Charlo con una periodista cultural, tendrá unos
cuarenta años, es la esposa del consejero delegado de una gran empresa, y viste
una falda y un bustier escotado que parecen sacados de un espectáculo del
Mouline Rouge. Hablamos de libros, de esto y lo otro, y de pronto me cuenta que
quiere convencer a su marido para que se apunte a clase de un tipo muy especial
de defensa personal. Es una técnica oriental en la que se lucha con espadas.
“Primero de goma, luego de verdad”, dice rematándolo con una sonrisa
implacable.
El marido, ese hombre tan poderoso que la mira con arrobo, tiembla imperceptiblemente.
“No sé si es lo mío”, musita.
Ella responde: “La violencia es un lenguaje que
no requiere explicación”.
Qué gran frase. Naturalmente, ante eso no cabe
réplica y el esposo baja la cabeza como un corderito.
Entonces pienso en todos esos hombres a los que sus
mujeres atizan. Mi abuelo Aquilino contaba a menudo la historia de una
matrimonio de labradores de su pueblo: a él le gustaba demasiado el vino y
cuando llegaba a casa por la noche, la esposa lo recibía a escobazos. “¿Otra
vez te pegó la mujer?”, le preguntaban los vecinos al día siguiente cuando
veían los moratones o el ojo a la birulé.
Hago una encuesta entre amigos y
compañeros. Y sorprendentemente descubro que a muchos les gusta tener una
pareja dominante. Quizá sea una especie de mito sexual. La dominatrix, la
hembra poderosa, la amazona mitológica que trataba a los hombres como esclavos.
Y sin embargo, ahora mismo triunfa en todo el mundo occidental un bestseller
erótico, la Trilogía de Grey
-escrito por una mujer, ojo-, en el que es el hombre quien domina, quien
humilla. La editora que publica el libro me cuenta asombrada que el día de la
presentación en Barcelona, en las primeras filas de la sala solo había mujeres
elegantes, de clase media alta, con título universitario y un buen puesto de
trabajo. Entonces ¿en qué quedamos?
Quién domina, ¿el hombre o la
mujer? ¿quién zurra a quién?
O quizá la pregunta sea: ¿a quién
le gusta que le zurren?
A mí me encanta que me zurren. No así que SE ME zurren.
ResponderEliminarLo decían los Eurythmics, que no es que sean mi banda favorita, pero en eso tenían razón: "Some of them want to abuse you/some of them want to be abused/some of them want to use you/some of them want to be used by you". Encontrado el encaje, eso sería todo. O el principio.
ResponderEliminarGran post. A mí no me gusta que me zurren. Ni zurrar. 'Virulé' es con V, por cierto.
ResponderEliminarAyyy, las prisas... virulé... Muchas gracias!
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