Me arrastran a regañadientes a una cena que resulta tan
aburrida como había intuido. Pero ya en el aperitivo empiezan a llegarme
retazos de la conversación de la mesa de al lado. Es un grupo de chicas, llevan
camisas de mariposas, bolsos en colores absurdos, minifaldas y larguísimas
melenas oscuras. Calculo que tendrán entre treinta y cinco y cuarenta. Parecen
amigas. Se ponen al día, hablan brevemente de su trabajo, luego de la crisis
del periodismo, después, por el segundo plato, de fenómenos paranormales, es
decir, espíritus y ovnis, y con el postre, de tetas.
(Tetas, dicen. Nada de pecho, senos, mamas o busto. No:
tetas).
Los temas surgen más o menos por ese orden. Una cosa lleva
a la otra. Todo muy bien razonado y con mucha emoción. Cada vez más emoción.
Naturalmente el último tema es el más emocionante. Llegan al paroxismo cuando
comparan sus experiencias mutuas. ¿A qué edad te afloraron (las tetas)? A qué
edad te pusiste tu primer sujetador. A qué edad las escondías y a qué edad
empezaste a exhibirlas. O si alguna vez las ha exhibido. Eso también. Hay un
discurso sociológico y antropológico detrás. En función de la edad a la que te
hiciste mujer (horrible expresión) y de la reacción de tu familia: las
diferencias entre usar un sostén prácticamente invisible, pero de un
repugnante color carne, y la decisión de usar uno más sexy, más consciente de
su poder erótico. Y entonces se lanzan al barro. Una dice (y veo por el rabillo
del ojo cómo se masajea el pecho):
-Esto que veis aquí, lo tengo desde los diez años. Mi
madre me decía: Ay, hija, adónde vas con ese pecho, no se te ocurra ponerte
biquini. Así que yo andaba medio encogida.
Otra dice (sacando pecho, nunca mejor dicho):
-Yo, como siempre tuve complejo de plana, también las
escondía.
Y otra:
-En mi colegio había una que le llegaban hasta el ombligo,
la llamábamos la Snoopys porque tenían la forma del morro de Snoopy.
Aquí las sonoras carcajadas motivan que en nuestra mesa
algunas cabezas se vuelven hacia ellas con curiosidad. De qué hablarán esas,
dice alguien. Yo me hago la longuis. Total, en mi mesa ya he perdido
definitivamente el hilo. Lo que quiero es averiguar en qué acabará la
conversación de mis vecinas. Y ellas piden otra botella de vino y el tono se va
elevando.
-De todas formas también hay a quienes les gustan más los
culos- afirma una.
-Sí, las tetas en según qué ambientes estén
sobrevaloradas. Donde esté un buen culo...
-Yo siempre tuve claro que lo mío era el culo, así que
ponía énfasis en los pantalones ajustados.
Aquí viene una encendida discusión en torno a culos contra
tetas. Pero me quedo sin saber el final porque en mi mesa deciden que es hora
de levantarse. Al pasar a su lado echo un vistazo a las chicas y compruebo que
tienen cara de estar pasándoselo en grande. Y en ningún momento ha surgido en
la conversación la palabra que subyace detrás de todo el asunto: hombres.
O quizá no. Quizá muchas mujeres cuando están solas jamás
hablan de hombres.
Espero que alguien se atreva a comentar esto...
ResponderEliminar¿Será que ha habido demasiados tópicos sobre estas reuniones plasmadas en películas y en no-sesudos textos en publicaciones 'femeninas/masculinas'?. ¿Será que la gente es más normal de lo que se pueda pensar?. ¿Será que en cenas con mis amigos hablamos de posicionamientos políticos, valores, ideales de vida, carencias, éxitos y fracasos y no de culos?. ¿Será quizá que a veces subestimamos a las personas poniéndolas todas en el mismo saco?
ResponderEliminarEn fin... que seguirán habiendo grupos de chic@s hablando del sexo propio o el contrario, pero también de cosas mucho, mucho más interesantes que ese 'sota, caballo y rey' de las charlas.
Tetas-culo, un debate que se extiende a través de los milenios.
ResponderEliminar