Mis vecinos apenas hacían ruido
dentro de casa. Solo cuando madre e hija discutían, siempre en verano y con las
ventanas abiertas. O aquella vez que el hermano de la madre, recién salido de
la cárcel, quiso tirar abajo la puerta con una señal de tráfico, llegó la
policía, subió los tres pisos por las escaleras (de madera) y los bajó
llevándolo a rastras (escalón a escalón).
Fuera del hogar era otra cosa. A
veces la hija le gritaba todo tipo de insultos a su madre por la
calle porque se le escapaba el perro. Otra vez me las crucé en la peluquería y
se hablaban a voces de secador a secador. Me las crucé en el supermercado: una
tiraba del carrito y la otra vigilaba escudriñando (algo) nerviosamente a su
alrededor. Me las crucé en el zapatero y, mientras esperaba a que les cambiaran
unos pilis, cada una miraba hacia un lado sin hablarse. Me las cruzaba en el
portal y miraban de frente, sin hablarme.
Solo recuerdo una vez que se
dirigieran a mí: cuando instalé el aire acondicionado. La madre me susurró con
su cara pálida pegada a la mía y en tono acusatorio:
-¡Has puesto aire
acondicionado!
Su pelo rubio oxigenado se
electrificó de pronto y recuerdo que pensé: eso es espeluznarse, literalmente.
Le dije que sí muy educadamente.
-¿Para ti sola?- inquirió con
una mirada de desconfianza.
Le dije que sí muy educadamente
(ese es mi problema: me educaron
para ser educada).
Respondió con aire conspirador:
-Es muy caro, muy caro, solo hay que ponerlo unas horas al día.
Y se dio la vuelta y salió a la
calle. Su hija cerró de un portazo. Las vi a través del cristal: una señora con ojos de estar en otro mundo junto a una veinteañera peleona, el cabello
recogido con una pinza, leggins y un perrito despeluchado.
Pero aparte de eso y de los
ladridos del perrito despeluchado, tranquilidad dentro de casa.
Hasta ahora. El hijo ha aparecido
de repente con su joven esposa y un bebé. El bebé llora desconsoladamente por
las noches. El hijo discute con su madre. El perro ladra. El hijo discute son
su joven esposa. El perro ladra. El bebé llora. El hijo ladra. El perro llora.
La madre discute con el perro. La esposa llora. El perro regaña al bebé. La
hermana entra y sale dando portazos. La hermana chilla.
Y una tarde, el hijo suspira
hondo y su mujer también (más bien gimen). El bebé calla, la madre calla, el
perro calla, la hermana calla.
No sé qué es peor: ay, ese
silencio.
A veces, el silencio es la peor mentira, decía Unamuno.
ResponderEliminarEnhorabuena Marta por tus historias, que ahora nos regalas en este blog.
Un saludo, Eugenio.
http://eugenioretratos.blogspot.com.es/
Eugenio! De bloguero a bloguero. No sabía que tenía un blog, Qué genial! Es el gen bañezano-creativo-carnavalero...
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