Una vez escuché una historia que siempre me ha intrigado.
El protagonista es el jefe de una solitaria estación entre La Bañeza y Astorga,
y la historia transcurre a finales los años 50. El jefe de estación se sentaba
muchas tardes a charlar con un caballero muy educado a quien le gustaba dar
largos paseos por el campo. El jefe de estación estaba fascinado con la cultura
del caballero, con su encanto. El caballero poseía una hermosa casa de campo en
medio del monte y otra mansión en Astorga con un jardín y una fuente. Al jefe
de estación le intrigaba su contertulio. Decían que tenía mucho dinero, tres
hijos y una esposa muy bella venida de fuera. Las agradables conversaciones
prosiguieron durante meses hasta que un día el caballero lo invitó a conocer su
casa. Desde ese día, el jefe de estación no volvió a charlar con él.
Siempre me he preguntado qué vio exactamente en esa casa.
La única explicación que daba era que, frente a su familia, el caballero pareció transformarse en un déspota arrogante y violento. El caballero era el poeta Leopoldo Panero, y su nombre viene a cuento porque en agosto se cumplen 50 años de su muerte. De la casa en el monte, que estaba en Castrillo de las Piedras, no queda, valga la aliteración, ni una piedra. Y la de Astorga, la de la fuente, acaba de ser restaurada. En cuanto al jefe de estación, ya murió, pero su historia se me quedó grabada. Me hace pensar en hombres que tienen dos rostros, hombres que enamoran a los extraños y maltratan a los más cercanos; próceres de la patria, mezquinos en sus hogares. Quizá por eso nunca me han gustado los poemas del padre, llenos de ruido y palabras pomposas. Y siempre he admirado los del hijo, ése al que tildan de loco, Leopoldo María, descarnadamente sinceros. ¿Qué hay más sincero que estos versos:
“Te ofrezco en mi mano/ los sauces que no he visto”?
La única explicación que daba era que, frente a su familia, el caballero pareció transformarse en un déspota arrogante y violento. El caballero era el poeta Leopoldo Panero, y su nombre viene a cuento porque en agosto se cumplen 50 años de su muerte. De la casa en el monte, que estaba en Castrillo de las Piedras, no queda, valga la aliteración, ni una piedra. Y la de Astorga, la de la fuente, acaba de ser restaurada. En cuanto al jefe de estación, ya murió, pero su historia se me quedó grabada. Me hace pensar en hombres que tienen dos rostros, hombres que enamoran a los extraños y maltratan a los más cercanos; próceres de la patria, mezquinos en sus hogares. Quizá por eso nunca me han gustado los poemas del padre, llenos de ruido y palabras pomposas. Y siempre he admirado los del hijo, ése al que tildan de loco, Leopoldo María, descarnadamente sinceros. ¿Qué hay más sincero que estos versos:
“Te ofrezco en mi mano/ los sauces que no he visto”?
"Me hace pensar en hombres que tienen dos rostros, hombres que enamoran a los extraños y maltratan a los más cercanos; próceres de la patria, mezquinos en sus hogares".
ResponderEliminarA mí también me hace pensar en las personas con doble vida, dos caras, mentira tras mentira. Personas que seducen, pero luego... Anoche fui al cine y vi "360. Juego de destinos", dirigida por el gran Fernando Meirelles. Tu entrada me viene muy bien para seguir reflexionando lo que esa peli me suscitó. Gracias.
Y enhorabuena por este estreno de tu blog.
Gracias!!!
EliminarAunque la gente que tiene dos caras es la que da más juego literario/ cinematográfico... ¿no?
La gente que tiene dos caras (o alguna más) es la única interesante. Una cara, lo sentimos, es poco y se hace pronto aburrida. Dicho esto, siempre se puede tener una cara buena y otra mejor, jajaj. Qué hay, Marta? Un abrazo.
ResponderEliminarO las dos malas...
EliminarEso es más difícil. Una mala suele producir una buena como máscara.
EliminarLepoldo María Panero, un fenómeno.
ResponderEliminarhttp://www.diariodeleon.es/noticias/filandon/leopoldo-maria-panero-poeta-maldito_632972.html